Era un hombre extraño, contradictorio, muchas veces antipático y con un talento especial para promover, conducir y organizar eventos de arte y arquitectura, en los que derrochaba generosidad y trabajo.
En 1987, con las tintas frescas de nuestro primer libro “Honorarios de Arquitectos” que había editado Summa, nos brindó la posibilidad que la Unión Internacional de Arquitectos, con sede en París y a través de su secretario Nils Carlson, aprobara, difundiera y laureara una obra que sin su ayuda podría haber pasado inadvertida a nivel mundial.
También, fue él, quien organizó la primer entrevista que mantuvimos con los arquitectos Reygadas Valdéz de México, Torres Higueras de Perú y Jaime Igorra de Uruguay, donde se creó la Asesoría Legal de la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos, de la que aún hoy formo parte del Consejo Honorario Vitalicio y unos años más tarde, fue también él, quien generó los primeros pasos de mi amistad con Sara Topelson, presidente de la UIA, Mario Paredes Gaete, presidente de la FPAA o Rafael de La Hoz Arderious, quien tanto me educó y enseñó en sus épocas de presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España.
Me atreví a comentar “Entre críticos y críticas” el libro que publicó con Tomás Dagnino, que en esa época dirigía el suplemento blanco y negro de Arquitectura de Clarín y también publicamos algo juntos sobre Le Corbusier, en el extraordinario suplemento del El Cronista, que a todo color dirigían Dibar y Armando.
Cuando públicamente, en el teatro San Martín y acompañado por Richard Mayer, César Pelli, Zaha Hadid, Charles Correa y otros próceres de la arquitectura, dijo que en Argentina existían “Abogados de Arquitectos” para defender sus derechos, sentí que el corazón se me detenía y aún hoy, en algunas presentaciones internacionales, como la más reciente con Alvaro Siza Vieira en Porto, Portugal, la mención de Glusberg, sigue abriendo puertas y permite avanzar.
El 21 de diciembre de 2001, habíamos acordado que sería el más especial de todos los días. Por primera vez, el Museo Nacional de Bellas Artes, del que Glusberg era director, recibiría a un abogado para hablar del Arte de Defender el Arte, es decir, de la protección de los derechos intelectuales de arquitectos y artistas, tema que preocupaba a Jorge Glusberg.
No pudo ser. El día pactado, cayó De La Rúa y el Museo se llenó de caos, de uniformados y de gases lacrimógenos, pero tal vez, lo relatado, sea el mejor ejemplo de un hombre que más allá de las críticas, de la colita o de la audacia, quería cambiar la historia…
(*) Abogado y Profesor Titular de Arquitectura Legal.
© ReporteInmobiliario.com, 2003-2012, martes 7 de febrero de 2012